Cuentakilómetros by Saúl Cepeda Lezcano

Cuentakilómetros by Saúl Cepeda Lezcano

autor:Saúl Cepeda Lezcano [Cepeda Lezcano, Saúl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2017-01-01T00:00:00+00:00


En la costa del Pacífico, cerca de Tecomán (Colima)

Alquilé una casa en el litoral.

La playa era tan inmensa que daba la impresión de recorrer todo el océano. Aquella construcción de una sola planta estaba al final de un camino empedrado, a unos diez metros de la marea alta. Sus ventanas estaban cerradas únicamente con telas mosquiteras. Tenía una piscina llena de agua de mar justo enfrente de la puerta. Podía vaciarse y rellenarse accionando un ruidoso motor hidráulico, conectado a una manguera de goma que penetraba en el ponto. Hasta donde llegaba mi vista, no había más viviendas. Estaba rodeado de palmeras cocoteras y recordé lo mucho que me había gustado el agua de coco con ron.

—Ándele con ojo, señor: mire siempre debajo de la cama si hay alacranes —me aconsejó el arrendatario.

—Y en los zapatos —añadió su esposa—. Mañana le traeré sábanas limpias y un mantel.

Pasé el día tumbado a la sombra de una palmera, levantándome perezoso de cuando en cuando para beber una cerveza o comer algo de fruta, tan remolón que ni siquiera deseaba, a pesar del calor, pasar por el trámite de un escalofrío breve al bañarme, ya fuera en el mar o en la piscina. Soplaba una suave brisa marina y bastaba para refrescarme. Pude, efectivamente, seguir el tránsito implacable de algún escorpión por la arena, casi mimetizado con esta. Pensé, entonces, que había cruzado un país de costa a costa sin saber aún adónde quería ir. Seguía teniendo la bolsa repleta de gemas y, después del tiempo transcurrido, era imposible que alguien de mi vida pasada diese conmigo. Supe que ya solo la casualidad podía darme caza, y mientras me desenvolvía en profundas reflexiones existenciales fruto de mi estado de desidia, comenzó a atardecer.

Al principio pensé que era una calima la que atenuaba el sol, pero conforme la nube se acercó me di cuenta de que se trataba de algo bien distinto. Los zumbidos iban creciendo en intensidad. Me encontraba de pie, en plena playa, contemplando estupefacto la descomunal nube de mosquitos que llegaba a la costa para envolverlo todo, la viva imagen de una plaga bíblica.

No sabía qué hacer, pero cuando me vi envuelto por aquellas criaturas, corrí hacia el mar y me zambullí, intentando mantener la mayor parte de mi cabeza sumergida. El zumbido era redundante, una vibración firme e intensa en los tímpanos, incluso bajo el agua, donde el ruido adquiría una dimensión fantasmal. El panorama era estremecedor y decidí quedarme allí, chapoteando para ahuyentar a los insectos, a pesar de lo cual no me libré de tragar mosquitos o de alguna picadura.

Pasé unas dos horas, eternas, en el agua; helado de frío, incluso con la agradable temperatura del aire que apenas llegaba a tocar con mi piel. Durante ese tiempo, pensé en correr hasta la piscina, cuya pequeña masa de agua debía de estar necesariamente más cálida tras horas de luz solar directa, y saltar a ella. También calculé, mentalmente, el tiempo que me llevaría alcanzar la casa a la



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